Escena nº1. Hace unos años, cuando eras estudiante. Se acerca la fecha del examen, necesitas empezar a estudiar matemáticas, o lengua, y ya llevas retraso. Dices que las odias, que son difíciles, que te aburren. No lo puedes soportar. Así que te enchufas unas horitas en el Facebook.
Diagnóstico de tus padres: “Esta chica es una perezosa”.
Escena nº2. Crees que tu jefe te mete presión. Además de todo lo que aún tienes pendiente te acaba de mandar preparar un informe de análisis de las ofertas rechazadas en los últimos tres meses. Lo necesita urgentemente – mañana, antes de las seis. “¡Otra vez el “marrón” para mí! Sabes que lo vas a tener muy justo, así que mejor empezar ya. Sin saber ni cómo ni por qué te pones a ordenar tu mesa y tus cajones (que llevan dos años en estado caótico).
Diagnóstico del jefe: “Este individuo es un perezoso”. Diagnóstico de otro jefe: “Lo hace adrede para fastidiarme (¡se va a enterar!)”.
El teatro de tu vida
A lo largo de tu vida, posiblemente ayer, alguien, o tú mismo, te ha dicho que eres un perezoso. O tú se lo has dicho a otro. O has oído una conversación sobre este tema.
La pereza es una conversación frecuente en el ámbito laboral y, también, en el familiar, especialmente con los hijos y su contribución en las tareas domésticas o en sus estudios.
Aunque decir que hay conversaciones puede resultar un eufemismo. Cuando el tema es la pereza hay, más bien, reproches, que suelen conducir a discusiones con finales ineficaces y, a veces, dolorosos.
Para muchos una de las características más odiosas de la pereza es su repetición. Te frustras y desesperas por discutir siempre lo mismo y obtener, siempre, el mismo resultado: ninguno.
¿Qué es la pereza?
Pereza es la apatía para realizar una actividad. Implica una falta de voluntad para realizar un esfuerzo o emplear tu energía.
Mira a tu alrededor, y a ti mismo, y pregúntate: ¿Cómo valoraría, en una escala de 1-10, mi efectividad en la gestión de la pereza (mía o de mis hijos o colaboradores) ?, o ¿qué logros concretos he conseguido en mi larga lucha contra la pereza?
Probablemente tu respuesta se encuentre en el rango bajo (suspenso).
La etiqueta de perezoso, al igual que las de holgazán, indolente o despreocupado, son etiquetas pertenecientes a una cultura de culpa. Por tanto, no suelen generar cambios de conducta, sino respuestas defensivas orientadas a guardar las apariencias y, con frecuencia, culpando al acusador o al mundo. Cuando alguien se siente atacado, instintivamente, utiliza su energía en defenderse. Se enfoca en eludir la etiqueta, más que en arreglar el problema.
¿Pereza y procrastinación es lo mismo?
No. Son dos conceptos diferentes.
El grave problema es que llamamos pereza a una gran mayoría de hábitos que son procrastinadores.
Es, por tanto, un problema de identificación y de definición. Hay muchísima menos pereza y muchísima más procrastinación.
Una forma sencilla de identificarlas es mediante la existencia, o ausencia, de una actividad sustitutiva. Si me tumbo en el sofá y no hago nada es pereza. Si me meto en el Facebook u ordeno los cajones es procrastinación.
El hábito de la procrastinación es, típicamente, un proceso activo en el que diriges la energía, equivocadamente, hacia actividades sustitutivas menos relevantes. Por el contrario, la pereza en un hábito apático o pasivo, nada energético.
El hábito procrastinador y tu cerebro
Los hábitos procrastinadores parece que se inician en nuestros primeros años de vida. Cada vez que experimentas un pensamiento, sentimiento o realizas una acción procrastinadora, tu cerebro responde adaptándose a ellos. Tu cerebro se modifica generando nuevas conexiones, que mediante su repetición crean circuitos poderosos y eficientes. Como todos los hábitos, tu procrastinación “mejora” con la práctica.
Cada vez que te enfrentas a una situación que puede evocar incomodidad, amenaza o miedo, se dispara el proceso (hábito) procrastinador. Tu cerebro activa el circuito, que te conduce de forma automática a través de una serie de respuestas previamente aprendidas y muy bien entrenadas.
El gran alivio que experimentas cuando te conectas al Facebook (ejemplo de actividad sustitutiva) es la recompensa que mitiga la evitación de la tarea que quieres (o tienes) que hacer y que te incomoda (empezar a estudiar o hacer el informe). Previamente te has dicho que “empezaré a estudiar más tarde”, “todavía quedan muchos días para el examen”, “ahora no tengo humor para hacer ese informe” …
Puede que te resulte útil conocer que es en tu cerebro donde se originan y disparan estos procesos. Por tanto, parece conveniente que encuentres formas de modificar esos circuitos cerebrales. Más concretamente, que crees y practiques nuevos circuitos, más efectivos, que sustituyan a los inefectivos actuales que retrasan la ejecución de la tarea relevante. Eso requiere el aprendizaje y la práctica (repetición) de nuevas habilidades, técnicas y procesos, que generarán nuevos patrones efectivos.
La actitud de seguir culpándote (o culpando a otro) por la forma en la que funciona tu cerebro cuando estás en “modo procrastinador”, no es una actitud positiva ni efectiva. Se comprende tu frustración ante la repetición del hábito procrastinador, pero no resulta de utilidad tu queja e inculpación. Un hábito funciona así y no es suficiente decirle al otro, o a ti mismo, que tienes que cambiarlo.
Más efectiva parece la actitud de preguntarte qué vas a hacer, concretamente, para cambiar de forma eficaz tus hábitos procrastinadores.
“Las personas con éxito construyen hábitos para hacer lo que las personas que fracasan no les gusta hacer. Les satisfacen los resultados que consiguen cuando hacen lo que no les gusta”.
– Earl Nightingale
Jaime Bacás, fundador de EXEKUTIVE Coaching y BATMETRIX, socio de ATESORA Group
Artículo publicado originalmente en abril 2010 para Senderos de Productividad