La impuntualidad es otro de los más de veinte tipos distintos de procrastinación que tu, o algunas de las personas que conoces y con las que te relacionas, padeces.
Se trata de un tipo de procrastinación que pertenece al grupo social, ya que además de ti, otros padecen sus consecuencias.
Desde luego que no nos referimos a las personas que llegan tarde a sus citas de forma ocasional. Solamente a aquellas que lo hacen de forma continuada, crónica.
Como siempre existe un gran desconocimiento sobre este hábito, por lo que lo más frecuente es escuchar comentarios del tipo Pascual es un impuntual, informal, poco respetuoso y, simultáneamente, achacar este comportamiento a un rasgo de carácter que insinúa, o afirma, que Pascual es “así” y “eso no se cambia”. Siempre la misma cantinela: es más cómodo asignarle la responsabilidad a los genes, que no pueden defenderse, que a Pascual o a ti mismo.
Otra confusión muy frecuente es achacar este hábito a una ineficaz gestión del tiempo y así podemos escuchar que Pascual llega tarde por su mala organización o planificación.
Las buenas noticias son que la impuntualidad crónica o procrastinación de retraso es un hábito aprendido y, por lo tanto, puedes desaprenderlo y sustituirlo por otro más efectivo.
¿Cómo funciona este hábito?
Recuerda lo que es procrastinación.
Pascual tiene una cita o reunión a la que ha decidido, o se siente obligado, asistir. La reunión le genera un sentimiento negativo: aburrimiento, dificultad, incomodidad, miedo, pánico, etc. Preferiría no ir, pero quiere o “tiene que” ir.
El sentimiento negativo hace acto de presencia conforme se aproxima el momento de prepararse para cumplir su cita. Ya tiene que terminar la tarea que está haciendo para, tal vez, vestirse o reunir determinada documentación que necesitará. Y si tiene que desplazarse a otro lugar necesitará calcular el tiempo de desplazamiento.
Dependiendo del tipo e intensidad del sentimiento negativo se planteará la “incomodidad o inconveniencia” de asistir. Se escuchará diciéndose algo como “realmente no es necesario que vaya”, “no tengo que ir”, “¿qué pasaría si no fuera?”, “¿para qué se me ocurrió aceptar esa reunión”, “¿y si llamo para excusarme?”, etc.
Conforme se acerca la hora del encuentro y, por tanto, la necesidad de iniciar el desplazamiento, el sentimiento negativo se refuerza, haciéndose más insoportable. Es entonces cuando sustituye las acciones de inicio del desplazamiento, como pueden ser ponerse el abrigo, ir al garaje y coger el coche, por otras menos relevantes para su objetivo (ir a la reunión) y que le van a generar un alivio instantáneo a su ansiedad, como podrían ser tomarse un refresco, hacer algunas llamadas, mirar su correo-e, ordenar un cajón, etc.
Mientras realiza esas tareas sustitutivas se encuentra bien porque, además del alivio implícito e instantáneo que generan, se calma diciéndose que era “necesario” realizar tales tareas. O tal vez lo que se diga es que “tengo tiempo de sobra” y que “no llegará tarde esta vez”.
Estos últimos diálogos internos acompañan un autoengaño frecuente del que puede ser consciente o no.
Finalmente, se da cuenta que va retrasado. Se pone en marcha y se siente mal porque sabe que llegará tarde. Se recrimina duramente su comportamiento, incluso culpabilizándose y, luego, se promete que esta será la última vez que le sucede. Su promesa puede sonarle firme, decidida e, incluso, creíble.
Sin embargo, la tozuda realidad se encargará de demostrar que todo vuelve a suceder de nuevo en la próxima ocasión. El hábito procrastinador se repite con asombrosa similitud. Es como un bucle sin fin.
Complicaciones
En ocasiones este tipo de procrastinación se combina con otro: la procrastinación originada por un confuso sentido del tiempo. Algunas personas tienen dificultad para calcular el tiempo que necesitarán para realizar una tarea o actividad. Concretamente sus estimaciones son, casi siempre, cortas.
Se dicen que necesitarán media hora para llegar y “olvidan” considerar que el tráfico a esta hora es mucho más pesado que a otras. O, que, en algunas ciudades, como por ejemplo en Madrid, el tráfico es frecuentemente problemático, o sea, es más frecuente que sucedan determinados “incidentes” retardadores. Dicho de otro modo: lo excepcional sería que no sucedieran. Por eso es tan frecuente que le eches la culpa de tus retrasos al “tráfico”.
Nuevamente responsabilizas a algo que no puede responder y evitas hacerte cargo de tus decisiones.
También hay personas que tienen dificultad para planificar la actividad. Es decir, no toman en consideración todos y cada uno de los pasos o tareas discretas que la componen. Por tanto, no pueden calcular la duración global de la actividad y así es muy frecuente que les suene la alerta cuando la fecha límite está a la vuelta de la esquina y ya no tienen capacidad de respuesta.
Una de las características de la procrastinación es, en bastantes ocasiones, su complejidad, al entremezclarse diferentes tipos, habilidades carentes y circunstancias. Por tal motivo, se etiqueta equivocadamente o resulta difícil de identificar o discriminar.
Las buenas noticias
Recuerda que sólo cuando has tomado conciencia de tu hábito procrastinador e identificado correctamente su tipo y estructura es cuando puedes iniciar el diseño y ejecución de las estrategias anti-procrastinadoras, que te permitirán desaprender el hábito inefectivo y, al mismo tiempo, sustituirlo por otro más efectivo.
Hoy el invitado a la despedida es san Agustín:
“Dios ha prometido perdón a tu arrepentimiento,
pero Él no ha prometido un mañana a tu procrastinación”
Jaime Bacás, fundador de EXEKUTIVE Coaching y BATMETRIX, socio de ATESORA Group
Artículo publicado originalmente en junio 2010 para Senderos de Productividad